«Reacciones al informe del IPCC: entre la ecoansiedad y las oportunidades de transformación» por Rodolfo Sapiains, Ana María Ugarte, Catalina Valenzuela y Valentina Inostroza

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Columna de opinión de los/as investigadores/as (CR)2 Rodolfo Sapiains y Ana María Ugarte, y las integrantes RedLama (CR)2 Catalina Valenzuela y Valentina Inostroza. Publicada en El Mostrador.

¿Necesitas seguir escuchando que se nos acaba el tiempo para hacer algo contra el cambio climático? ¿Te sirve que sigan diciendo que el apocalipsis y la catástrofe climática son inminentes si no actuamos ahora?

El reciente informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) presenta un futuro cada vez más complicado, desalentador e incluso catastrófico para la humanidad. Ciertamente el foco se ha puesto en el peor escenario o en situaciones que ya son irreversibles, pero más allá de eso, está claro que el mensaje ha sido recibido con mucha preocupación, ansiedad y miedo, especialmente entre las generaciones más jóvenes.

Diversas investigaciones a nivel mundial muestran cómo la preocupación por el cambio climático ha crecido sostenidamente en los últimos años.

En Chile, uno de los últimos estudios (2019) señala que un 89% de la población está muy preocupada por el tema, y que las principales emociones asociadas al problema son la tristeza, la culpa, el miedo, y la rabia.

Más aún, el 98% de la población afirma que el país no está preparado para enfrentar este desafío y un 91% sostiene que el cambio climático debe ser una prioridad para el próximo gobierno.

La conciencia ambiental es cada vez más grande, sobre todo en niños, niñas y adolescentes (NNA), de hecho, en nuestro país, la Defensoría de la Niñez realizó un estudio (2019) donde se reveló que los temas de mayor interés para este grupo están relacionados con la protección del medio ambiente (79,3%) y la protección de los animales (78,6%).

Entonces, queda bastante claro que la preocupación ya está instalada, y hasta se puede afirmar que estamos viviendo un cambio de era, si no generacional, hacia una sociedad mucho más responsable con el medio ambiente.

Sin embargo, la pregunta es cómo avanzamos hacia la acción cuando nos encontramos ante tantos mensajes que nos interpelan desde el miedo proyectando un futuro desolador. Esto último puede terminar produciendo un efecto boomerang, es decir, en vez de actuar la persona se paraliza, se retrotrae, se vuelve más egoísta dado que ya no hay nada que se pueda hacer para parar la emergencia climática.

En psicología ya se está hablando de nuevas problemáticas de salud mental asociadas a la crisis ambiental: ecoansiedad, ecodepresión, solastalgia; son términos que se refieren al sufrimiento causado tanto por experiencias de deterioro del medio ambiente en que las personas viven, como por la sobreexposición a noticias ambientales catastróficas.

Lo que tienen en común, es la percepción de que la persona poco y nada puede hacer frente a un problema global donde además se percibe que los principales países y empresas contaminantes no hacen nada, o no lo suficiente, o si hacen algo no es con la urgencia que se requiere.

De este modo, la persona percibe que el cambio climático está totalmente fuera de su control y que cualquier acción tendrá mínima incidencia en la solución del problema. Frases como «ya fuimos», «no hay nada por hacer» o «está todo perdido» (reacciones en redes sociales al informe del IPCC) reflejan la profunda desesperanza con la que se observa este tema, sin embargo, caer en la resignación, inacción y apatía tampoco nos ayuda a cambiar lo que está sucediendo.

No se trata tampoco de ocultar evidencia o de minimizar la importancia del problema, sino más bien de desplazar el foco a las grandes oportunidades que la emergencia climática también contiene. Sí, el cambio climático es real. Sí, nos puede asustar, pero también puede posibilitar transformaciones profundas en nuestro sistema de vida y en la relación que establecemos con la naturaleza. Más aún en Chile, donde el actual proceso constituyente justamente abre ese debate.

Entonces pensemos, estudiemos, conversemos y construyamos el futuro que queremos; y en lo cotidiano son muchas las cosas que podemos y tenemos que hacer, por ejemplo, incorporar la protección del medio ambiente en la toma de decisiones que hacemos día a día, cuidar el lugar donde vivimos, participar de organizaciones sociales o comunitarias que releven estos temas, y exigir a las autoridades respuestas más ambiciosas y efectivas para enfrentar el cambio climático.

La forma en que comunicamos la crisis ambiental sí importa y mucho. Si bien el informe del IPCC es devastador en muchos sentidos, la ciencia también nos plantea acciones y medidas concretas que debemos realizar en el corto y mediano plazo.

Sabemos que la ciencia tampoco tiene la última palabra o la solución mágica, debemos buscar soluciones desde todos los frentes y para eso necesitamos muchas manos y mentes creativas e innovadoras.

Debemos comunicar al mundo, especialmente a las generaciones más jóvenes, que no todo está perdido, al contrario, hay mucho por hacer y mucho en que aportar.